Bajo las
ruidosas calles bañadas por el sol de la Roma actual existe otra ciudad entera,
tras sus puertas se oculta un misterioso laberinto frío, silencioso y
eternamente oscuro, éstas son las catacumbas.
Dentro de las
catacumbas había pinturas y objetos que adornaban paredes llenas de restos
humanos; los restos de las personas que creían que estos estrechos pasadizos
conducían a la vida tras la muerte.
Durante tres
siglos los primeros cristianos fueron perseguidos por un Imperio Romano
opresor, ya que su culto era ilegal. Durante esta época los primeros cristianos
de Roma enterraban a sus seres queridos en pasadizos subterráneos por la
creencia en Jesucristo, que fue sepultado en una cueva, y ellos también podían
resucitar y volver a vivir.
Las
ciudades de los muertos
Una persona
muerta no podía ser incinerada o sepultada dentro de las murallas de la ciudad,
esto era lo que establecía la legislación romana entre los siglos II-IV d.C. Esta
norma estricta, de cómo disponer de los cadáveres, se aplicaba a todos los
residentes de Roma. La mayoría de los romanos eran paganos y optaban por la
incineración, sus cenizas eran conservadas en pequeñas tumbas en necrópolis al
aire libre, pero los primeros cristianos y judíos romanos insistían en enterrar
a sus muertos. Estas tumbas subterráneas se denominaban catacumbas, que
significa “cavidad” en griego. El nombre deriva de las cavidades que bordeaban
la vía Apia.
Las catacumbas
de Roma evolucionaron a partir de estas primeras catacumbas, la mayoría estaban
cerradas al público, para proteger sus pinturas murales, ya que la misma
respiración humana podían dañarlas irremediablemente. Aunque es probable que
este arte funerario fuera creado para entretener a los muertos, hoy nos brinda
la posibilidad de echar un vistazo al pasado, una mirada a la vida diaria y a
las creencias de la Roma de los siglos II-III d.C.
La construcción
de las catacumbas se inició en el siglo II. Los primeros cristianos excavaron
un inmenso sistema de galerías y pasadizos conectores, uno debajo de otro,
unidos por estrechos y escarpados peldaños extendiéndose hasta cuatro pisos de
profundidad. Estos pasadizos medían unos 2 m de altura por apenas 1 m de ancho,
en las paredes se abrían unos nichos rectangulares, llamado lóbulos, del latín loculi, en los que sólo cabía un
cadáver; en ellos se enterraban a los obreros, a las mujeres, a los niños y a
los ancianos. Los ricos solían descansar en elaborados sarcófagos de mármol,
las sepulturas lujosas; los santos y los mártires, que habían muerto por la fe,
eran sepultados en unos arcosolios, que se trataba de un lugar de honor, que
consistía en un nicho abierto, bajo una forma semicircular tallada en la pared
y decorada con pinturas simbólicas. Muchas catacumbas recibieron el nombre de
los santos enterrados en su interior.
Las catacumbas eran
obras excavadas por fossores, que significa constructores de cuevas, formaban
una especie de gremio de un oficio muy especializado y difícil. Los fossores querían
proteger las tumbas de sacrilegios y saqueos, por lo que diseñaron laberintos y
angostos pasadizos. Los pasadizos eran tan oscuros y agoreros que el latinista
San Jerónimo escribió que “una visita dominical a un mártir más bien parecía un
descenso al infierno”.
En las
catacumbas la luz no entraba por ninguna ventana, sino que se filtraba desde
arriba por unos pozos que acababan con la oscuridad, pero mientras uno avanzaba
con precaución las tinieblas lo iban envolviendo para sumirlo en el silencio de
la noche. La única luz y ventilación natural de las catacumbas provenía de las
aperturas en los techos llamados lucernarios, a través de estos también se
bajaba el agua para mezclar con el polvo de toba y preparar así la argamasa
necesaria para sellar los nichos.
Vida
y muerte bajo tierra
Es probable que
la primera catacumba construida durante el siglo I d.C. fuera para familias
nobles, que se excavaban una tumba bajo sus propias tierras; posteriormente, se
ampliaron para poder enterrar a sus hermanos cristianos, así como a los romanos
judíos, y otras personas que repugnaban la práctica de la incineración.
Sin embargo,
fue en los siglos II-III cuando las catacumbas adquirieron importancia. Muchos
de los mártires habían muerto a manos de turbas romanas. Aunque muchos de los
primeros cristianos no encontraron la muerte a manos de una turba, sino en
lugares como el coliseo y el circus
maximus, algunos cristianos prefirieron morir en las garras de un león
antes que renunciar a su fe y otras veces eran obligados a luchar contra
gladiadores.
Entre los santos
enterrados en las catacumbas se encuentra San Pablo. Por esta razón, las
catacumbas se convirtieron en un lugar de visita a los santos y a los mártires
para los primeros cristianos, donde les rezaban y rendían culto. Las pinturas
nos proporcionan esta práctica, consistentes en una pequeña comida comunitaria,
que constaba de pan y vino.
Curiosamente,
los primeros cristianos eran reacios a representar directamente a Jesucristo en
las paredes de las catacumbas, pero casi todas las catacumbas de Roma contenían
imágenes, como la del buen pastor, que era una forma de representar a Jesús
implícitamente. Además de aparecen animales de todo tipo como el pavo real, que
era considerado un símbolo del nacimiento y vida eterna. También estaban
decoradas con imágenes de jardines, el jardín era uno de los principales temas
del arte funerario pagano de la antigüedad, adoptado por los cristianos, se
creía que el más allá era un hermoso jardín donde encontrarían todos los
placeres de la vida. Los primeros cristianos tomaron voluntariamente símbolos y
elementos mitológicos griegos y romanos para inspirarse en las catacumbas, en
muchas paredes aparece Hércules; también resulta muy interesante el gusto que
hacían de las imágenes de delfines, que según la mitología griega y romana
conducían las almas al más allá.
La ceremonia
funeraria era el inicio de este viaje al más allá. Después de cruzar la entrada
a las catacumbas, los cuerpos de los difuntos eran transportados a veces a
grandes distancias por los pasadizos subterráneos, que conducían hasta los lóculos
o los arcosolios preparados para recibir el cadáver. Los cadáveres no se
embalsamaban en las catacumbas, se envolvían con un sudario y se situaban en estos
nichos y después se cerraban las tumbas con placas de piedra o de arcilla, que
se sellaba con argamasa y encima se colocaba una inscripción para identificar
al difunto y desear su descanso eterno.
La
creciente necrópolis
En el año 400
d.C. ya se habían construido las catacumbas más grandes y complejas, pero se
estaban excavando más, y pronto habría casi 100 km. de cementerio subterráneo
debajo de la ciudad, era una auténtica ciudad de los muertos. A finales del
siglo V había 750.000 personas enterradas en los túneles de las catacumbas que
bordeaban la antigua Roma.
La catacumba
más grande era la que los antiguos cristianos denominaron Domitila, por ser de
la sobrina del emperador Domiciano, con más de 12 km de galerías y pasadizos.
La existencia
de tantos kilómetros de catacumbas debajo de Roma dio lugar al mito de que los
antiguos cristianos se escondían en ella durante los períodos de peligro o
persecución. Sin embargo, las autoridades romanas conocían la existencia de las
catacumbas y su situación. Por lo tanto, si los antiguos cristianos necesitaban
un refugio, las catacumbas no podían considerarse un escondite secreto. Aunque
el verdadero motivo por el que la gente no podía esconderse en ellas era el
olor que desprendían los millares de cadáveres en descomposición, el hedor
debía de ser irresistible, el olor a carne humana en putrefacción era
repugnante, nauseabundo y además tóxico. No obstante, aunque no se escondían en
las catacumbas parece que los artesanos y los pintores las habían poblado para
decorar estas elaboradas cámaras mortuorias.
El
fin de las catacumbas
En el año 313
d.C. Constantino el grande decreto que el cristianismo se convirtiera en una
religión legal del Imperio Romano, al mismo tiempo la práctica de los entierros
subterráneos fue disminuyendo.
A finales del
siglo V las catacumbas dejaron de usarse, se había vuelto habitual que los
cristianos y los judíos usarán los cementerios al aire libre. El misterioso
legado dejado en las catacumbas, gracias a un enorme trabajo, en gran parte se
abandonó. Las razones por la que abandonaron las catacumbas son casi tan
misteriosas como las que llevaron a que se construyeran. Hay quien afirma que
una vez se legalizó el cristianismo ya no había motivo para efectuar entierros
subterráneos. Otro hecho curioso es que en el siglo IX las catacumbas no sólo
habían sido abandonadas, sino que los fieles las habían olvidado por completo.
En la Baja Edad
Media los muertos habían comenzado a desaparecer, la causa no era la resurrección
divina, sino el saqueo. En esta época, las personas de la antigua ciudad de
Roma iban a las catacumbas, como visitantes o peregrinos para tocar la tumba de
un mártir. Los peregrinos solían firmar con sus nombres las paredes cercanas a
las tumbas de los mártires para decir que habían estado allí y a veces ponían graffiti.
El primer
descubrimiento tuvo lugar el mes de junio de 1578, cuando unos obreros excavaban
una mina de cemento, cerca de Roma, y encontraron por casualidad una catacumba.
De los casi 100
kilómetros de catacumbas, que se cree que existen bajo la actual ciudad de
Roma, sólo se han explorado 65 km. Quizás no sepamos nunca mucho más sobre estas
personas tan distantes en el tiempo, pero conservar el mensaje que dejaron en
las catacumbas puede ayudarnos a comprendernos mejor a nosotros mismos.
Fuente
Reseña realizada
a partir del documental “¿Quién construyó las catacumbas?”
Noemí Raposo Gutiérrez
https://yaldahpublishing.com/15-mejores-lugares-para-vivir-en-pennsylvania/
ResponderEliminarEl primer descubrimiento tuvo lugar el mes de junio de 1578, cuando unos obreros excavaban una mina de cemento, cerca de Roma, y encontraron por casualidad una catacumba.