Desde el Período Neolítico hasta hace más o menos dos
siglos, la agricultura ha sido la base de casi todas las demás ocupaciones del
hombre. Antes de fines del siglo XVIII probablemente no existía ninguna
comunidad establecida en la que por lo menos nueve décimas partes de la
población no estuviesen directamente dedicadas a tareas rurales. Gobernantes y
sacerdotes, artesanos y mercaderes, eruditos y artistas, formaban una minúscula
minoría de la humanidad que descansaba sobre los hombros de los campesinos.
Dadas estas circunstancias, cualquier cambio perdurable en el clima, fertilidad
del suelo, tecnología o demás condiciones que afectaban a la agricultura, podían
modificar a la sociedad entera: población, riqueza, relaciones políticas,
tiempo libre y expresión cultural.
El arado y el sistema solariego
El arado significó
la primera aplicación de energía no humana a la agricultura. El arado más
antiguo consistió esencialmente en un grueso palo excavador, arrastrado por un
par de bueyes. Pero este tipo de arado y de cultivo no resultaba muy adecuado
en muchas zonas del Norte de Europa. Esa zona europea tuvo que crear una nueva
técnica agrícola y, antes que nada, un nuevo tipo de arado.
A diferencia del arado liviano, el arado pesado tiene tres
partes funcionales. La primera es una reja o cuchilla pesada, insertada en el
travesaño o "cama” del arado, que corta los terrones hundiéndose en ellos
verticalmente. La segunda es una reja chata que forma ángulo recto con la
anterior y que corta a ras la tierra, horizontalmente. La tercera es una
vertedera destinada a rebatir los terrones hacia la derecha o la izquierda,
según su posición.
La agricultura en la
Europa septentrional, reunía tres ventajas:
* El arado pesado era
una máquina agrícola que reemplazaba energía y tiempo humano por energía
animal.
* El nuevo arado tendió
a modificar la forma de los campos en el Norte de Europa, que pasaron a ser
alargados y estrechos, con un corte vertical ligeramente redondeado en cada
franja, lo que contribuía eficazmente al mejor avenamiento de los campos en
aquel clima húmedo.
* Sin este arado resultaba difícil explotar
las densas y ricas tierras bajas de aluvión.
El ahorro de mano de
obra campesina, junto con las mejoras introducías, se combinaron para expandir
la producción y facilitar esa acumulación de excedentes de alimentos que
presuponen el crecimiento demográfico, la especialización de funciones, la
urbanización y el aumento del tiempo libre.
Pero el arado pesado, según Bloch: desempeñó un papel
decisivo en la remodelación de la sociedad campesina del Norte. El solar (manor) como comunidad cooperativa
agrícola fue característico de regiones donde se utilizaba el arado pesado y
parece haber existido una relación causal entre arado y solar.
El utillaje agrícola
Todo
parece indicar que el utillaje agrícola no varió sustancialmente desde la caída
del Imperio Romano de Occidente hasta el siglo XVIII, con excepción del arado,
sin embargo, este utillaje sí conoció algunos perfeccionamientos
significativos, lo que se encuentra en relación con una creciente utilización
del hierro en su elaboración.
Para la
siega se utilizaban la hoz y la guadaña. El trabajo de la hoz era más lento y
pesado que el de la guadaña, pero tenía sobre ésta la ventaja de que, una vez
concluida la siega, el ganado podía alimentarse con el tallo que aún permanecía
en el suelo. La guadaña estuvo ligada, generalmente, a la siega del heno de los
prados.
El
instrumental para la recolección se completaba con algunos útiles que
facilitaban el manejo del grano y de la paja, como rastrillos, horcas y
bieldos, realizados enteramente de madera.
Por último, la trilla se realizaba mediante el
pisoteo de las espigas por parte de una pareja de bueyes o de caballos o, más
frecuentemente, con el mayal.
El
instrumental agrícola de época carolingia era en su práctica totalidad de
madera, siendo sólo de metal las hojas de las hoces y guadañas y de las hachas.
Esta circunstancia era la causa principal de que muchas tierras permanecieran
incultas, ya que el utillaje de madera no podía vencer la resistencia de los
suelos húmedos y pesados.
Normalmente
eran los propios campesinos quienes elaboraban los útiles de madera (mayales,
horquillas, bieldos) y los accesorios de este material (mangos), obteniendo la
materia prima en los bosques comunales.
Para las
tareas de cava y de laboreo de los suelos se utilizaban, principalmente, azadas,
legones, palas, layas y gradas, además del arado, que era el útil de trabajo de
la tierra por excelencia.
La grada
o rastrillo era utilizada para la preparación de los campos para la siembra y
para cubrir la simiente. Sin embargo, al ser un instrumento caro, a lo largo de
la Edad Media sólo fue utilizada con regularidad en algunas comarcas de la
Europa occidental.
El descubrimiento del “caballo de fuerza”
La vasta aplicación
del arado en Europa septentrional no fue más que el primer aspecto importante
de la revolución agrícola en la Alta Edad Media. El segundo paso consistió en
la creación de un arnés que, junto con la herradura de clavos, convertiría al
caballo en una ventaja tanto económica como militar.
En el siglo XI las ventajas de la herradura debían de ser
tan notorias para el campesino como para el señor y que los campesinos podían
costear el hierro necesario para aquella. Pero aún el caballo herrado era de
escasa aplicación para trabajos de arada o de transporte.
El arnés moderno consiste en una rígida collera
almohadillada que descansa sobre los hombros del caballo de manera que le
permite la libre respiración. Esta collera va unida a la carga, ya sea mediante
tirantes laterales o por medio de varas, de suerte que el caballo puede
contribuir con todo su peso a la fuerza de tracción.
No sólo el trabajo de la arada, sino también la velocidad y
los gastos del transporte terrestre se modificaron profundamente en favor de
los campesinos al introducirse el nuevo arnés y las nuevas herraduras con
clavos. Entonces comenzaba a brindárseles la posibilidad de pensar menos en
función de subsistencia y más en un excedente de cosechas rentables.
Ya muy avanzada la Edad Media, esa “urbanización” de los
trabajadores agrícolas echó las bases para un cambio de foco de la cultura
occidental, que se desplazó del campo a la ciudad y que ha sido tan notorio en
siglos recientes.
Son evidentes las ventajas personales de tal concentración:
un caserío compuesto de cinco a diez casas llevaba una vida restringida. En una
gran aldea no sólo se contaría con una mejor defensa en caso de emergencia,
sino que además habría una taberna, una iglesia, en ocasiones una escuela, y
con toda seguridad más pretendientes para las hijas, y, en vez de buhoneros con
sus fardos, mercaderes con carretas y noticias de lugares distantes.
La rotación de tres campos y el mejoramiento de la nutrición
El sistema de rotación de las cosechas en tres campos ha
sido calificado como “la más destacada novedad agrícola de la Edad Media en
Europa Occidental” que aparece bruscamente a fines del siglo VIII.
Ciertos productos se cosechan en verano y debían sembrarse
en primavera, pero la misma lista de esos productos-mijo, panizo, ajonjolí,
salvia, berro de invierno, lentejas, garbanzos, alica- comparada con su lista
de productos de invierno-trigo, espelta, cebada, habas, nabos y nabas-,
demuestra la escasa importancia que tenía la siembra de primavera.
Donde regía el plan de tres campos, la tierra labrantía se
dividía aproximadamente en tercios. En la primavera siguiente se sembraban, en
el segundo campo, avena, cebada, guisantes, garbanzos, lentejas o habas. El
tercer campo se dejaba en barbecho. Al año siguiente, en el primer campo se
sembraban cultivos de verano, el segundo campo se dejaba en barbecho y en el
tercero se sembraban granos de invierno.
En los siglos VIII, IX y X se hacían solamente tres aradas
durante el ciclo total de tres años. Pero hacia el siglo XII, a más tardar,
tanto en el sistema de dos campos como en el de tres se había comprobado la
ventaja de arar dos veces la tierra en barbecho, a fin de impedir el
crecimiento de malezas y mejorar la fertilidad. La difusión del sistema trienal
dio entonces gran impulso a la roza: se talaron bosques, se desecaron pantanos
y los diques rescataron tierras ganadas al mar.
El nuevo plan de rotación, brindaba varias ventajas. En
primer lugar, aumentó en un octavo la superficie que un campesino podía
cultivar e incrementó su productividad en un 50 %. Segundo, el nuevo plan
distribuyó más uniformemente a lo largo del año los trabajos de la arada,
siembra y recolección, aumentando así el rendimiento de la labor. En tercer
lugar, redujo considerablemente la probabilidad de hambruna al diversificar los
cultivos y al someterlos a diferentes condiciones de germinación, crecimiento y
siega. Pero la cuarta ventaja, acaso la más significativa, consistió en que la
siembra de primavera, aspecto esencial de la nueva rotación, multiplicó
sensiblemente la producción de ciertos cultivos que revestían especial
importancia.
La extensión de los molinos en la agricultura
La Edad Media constituyó una etapa capital en la historia de
las conquistas de las fuentes de energía: fue la época en que los hombres
aprendieron a dominar la fuerza hidráulica para hacer de ella la auxiliar de su
trabajo. En este sentido, la difusión del molino de agua, con sus numerosas aplicaciones,
representó una revolución técnica de gran alcance.
Fue en el alba de la Edad Media cuando el molino de agua
comenzó a difundirse en las campiñas de Europa Occidental. Pero, hasta
comienzos del siglo X , aproximadamente, su difusión fue muy lenta. El gran
avance se produjo entre los siglos X y XII.
La revolución agrícola en la Alta Edad Media se limitó a las
llanuras del Norte, donde el arado pesado resultaba adecuado para los suelos
ricos, donde las lluvias de verano permitían una abundante siembra de primavera
y donde la cosecha de verano servía de alimento a los caballos que debían tirar
del arado pesado. En esas llanuras se desarrollaron las características
distintivas del mundo de la última época medieval y del mundo moderno. Los
mayores beneficios que el campesino del Norte obtenía de su labor elevaron su
nivel de vida y, por consiguiente, su capacidad adquisitiva de productos
manufacturados. Esto le proporcionó excedentes de alimentos que, desde el siglo
X en adelante, permitieron a su vez una rápida urbanización. En las nuevas
ciudades surgió una clase de artesanos especializados y mercaderes, los
“burgueses”, que pronto lograron alcanzar el dominio de sus comunidades y
crearon una forma de vida nueva y características: el capital democrático. Y en
este nuevo contorno germinó el rasgo predominante del mundo moderno: la
tecnología de la fuerza mecánica.
Bibliografía
BONNASSIER, P. (1983): Vocabulario
básico de la Historia Medieval. Barcelona.
CANTERA MONTENEGRO, E. (1997): La agricultura en la Edad Media. Madrid.
WHITE, L. (1973): Tecnología
medieval y cambio social. Buenos Aires.
Recursos
electrónicos
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