Es importante tener en cuenta que la clase social también
determinaba el tipo de vida religiosa a la que se tenía acceso, los primeros
conventos estaban fundados en su mayor parte por reyes o nobles para sus
propias familias y las mujeres de su mismo rango, por lo que las monjas eran a
menudo las hermanas, las tías e incluso las madres. La relación de la nobleza
con la fundación y la protección de conventos, la atracción de religiosas y el
nombramiento de superioras influyó sobre la posición económica, social e
incluso política de estas comunidades, mientras que las personalidades de sus
residentes reflejaban la agradable conciencia que tenían de su propia
importancia en la sociedad de su tiempo.
Las superioras eran
por lo general mujeres de nivel social elevado, acostumbradas al poder por
derecho propio y que disfrutaban ejerciéndolo. Una abadesa o una priora, tenía
la responsabilidad de gobernar su propia comunidad y representarla donde fuera
necesario en asuntos externos. Como superioras, eran presa de tres tentaciones
importantes, que podían perjudicar a su casa. Podían vivir con un lujo y una
independencia excesivos con respecto a la vida común, podían gobernar
despóticamente sin consultar a las demás monjas y finalmente, podían emponzoñar
la atmósfera de la casa mostrando un claro favoritismo hacia algunas monjas.
Incluso un cargo secundario como el de despensera, tenía sus propias
tentaciones. El deber de la despensera era ser responsable de todo lo
relacionado con la producción y el aprovisionamiento de alimentos para el
convento. Algunos conventos eran mucho más grandes y ricos, muchos eran, en
cambio, muy pequeños y podían ser pobres.
En los siglos XII y XIII algunos padres que no tenían mucho
dinero siguieron fundando conventos pequeños, en busca de lugares adecuados
para depositar a las hijas superfluas. A veces una viuda acomodada podía crear
un convento o, al final de su vida, entrar en uno con el cual se hubiera
mostrado especialmente generosa. Muchas de las jóvenes destinadas a la vida
religiosa, sobre todo en los primero siglos, eran ingresadas en un convento de
pequeñas, recibían más o menos formación dependiendo de la calidad de la casa y
finalmente pasaban con relativa facilidad a ser miembros plenos de la
comunidad, cuya vida era lo único que realmente había conocido jamás.
A partir del siglo XIII se hacía más hincapié en que las
propias jóvenes eligieran libremente la vida conventual. No obstante, muchas
mujeres medievales se encontraron metidas en conventos por razones que nada
tenían que ver con lo religioso. A menudo la disciplina les resultaba difícil y
aburrida y la evitaban siempre que era posible aunque sin causar un escándalo.
El resultado fue una mediocridad generalizada y sin inspiración con una actitud
cada vez más secular.
A lo largo del siglo XIII se hicieron esfuerzos por mantener
a las monjas enclaustradas y evitar que salieran. Sin embargo, a pesar de la
esperanza de muchos eclesiásticos de que las monjas fueran sumisas, calladas e
invisibles dentro de sus conventos, la realidad era a menudo muy distinta y
mucho más interesante.
La corriente antifeminista que se desarrolló en las órdenes
religiosas más nuevas quedó de manifiesto de forma brutal a finales del siglo
XIII. Esta nueva orden había traído la imaginación religiosa de muchas mujeres
de ciudades del norte de Francia y había hecho que se desarrollaran comunidades
femeninas muy grandes, a menudo en monasterios dobles. Los papas intentaban
proteger los derechos de estos miembros femeninos, pero para los hombres, las
monjas eran simplemente una carga económica.
Con el advenimiento de los frailes y su enorme popularidad,
las mujeres también trataron de unirse a estas nuevas órdenes, pero con poco
éxito. Para la mentalidad medieval era inconcebible que las mujeres llevaran la
vida esencialmente errante de los frailes. Para la mayoría de las autoridades
eclesiásticas la vida religiosa adecuada para las mujeres era el
enclaustramiento en un convento donde podían estar a salvo de las distracciones
y las tentaciones del mundo.
A lo largo de la Edad Media hubo modas en las órdenes
religiosas, como las había en el vestido o en los estilos de construcción de
castillos[1].
La vida cotidiana de
una monja en la Edad Media
La vida cotidiana de
las monjas en un convento medieval giraba en torno a tres votos fundamentales:
pobreza, castidad y obediencia.
La vida de las monjas medievales se dedicó a la oración, la
lectura y el trabajo en el convento. Además de su asistencia a la iglesia, las
monjas pasaban varias horas rezando y meditando. Pese a que las mujeres en la
Edad Media no solían recibir ninguna educación, en ocasiones a las monjas se
les enseñaba a leer y escribir. La educación de las monjas estuvo muy regulada
por la jerarquía eclesiástica.
Las tareas de las monjas en el convento eran bastante
variadas:
-
Lavar y cocinar para el convento.
-
Cultivo de verduras y grano.
-
Producción de vino, cerveza y miel.
-
Proporcionar atención médica a la
comunidad.
-
Proporcionar educación a las novicias.
-
Hilar, tejer y bordar.
-
Iluminación de manuscritos.
No todas las monjas tenían unas tareas tan duras en el
convento, ya que las monjas pertenecientes a familias de la nobleza solían
tener trabajos más ligeros como el hilado, el bordado o la costura. También había
mujeres laicas que eran las hermanas legas, las cuales se encargaban de los
trabajos manuales junto con las monjas.
Las monjas ocupaban diversos cargos dentro del convento o
monasterio, algunos de los puestos más importantes fueron:
-
La abadesa, que estaba a la cabeza de
la abadía, era elegida por los miembros de la comunidad muchas veces de por
vida y otras, durante un período de tres o cuatro años, dependiendo de la
orden.
-
La limosnera era una monja encargada de
distribuir limosnas a pobres y enfermos.
-
La bolsera era la monja encargada de
supervisar el aprovisionamiento de suministros al monasterio.
-
La enfermera, la monja encargada de la
enfermería y de cuidar a los otros miembros enfermos del convento.
-
El sacristán era la monja responsable
del depósito de libros, vestiduras y materiales para el mantenimiento del
convento.
-
La priora en un convento era la
diputada de la abadesa o también la superiora de un convento que no tenía
condición de abadía.
La rutina diaria de las monjas estaba regida por el Libro de
las Horas, este fue el libro de la oración principal y se dividía en ocho
secciones u horas, que estaban destinadas a ser leídas a determinadas horas del
día en el convento.
Cada sección contenía oraciones, salmos, himnos y lecturas
destinadas a ayudar a las monjas a asegurarse la salvación. Cada día estaba
dividió en ocho, comenzando y terminando con rezos en la iglesia del convento.
Estos fueron los tiempos especificados para el rezo del oficio divino, que es
el término utilizado para describir el ciclo de las devociones diarias. Los
tiempos de estas oraciones recibieron los siguientes nombres:
-
Laudes era el servicio de la mañana,
aproximadamente a las 5 a.m.
-
Maitines era el servicio de la noche
recitado a las 2 a.m.
-
Prima era el servicio de las 6 a.m.
-
Tercia era la segunda de las Horas
Menores del Oficio divino, recitada a la tercera hora (9 a.m.).
-
Sexta era la tercera de las Horas
Menores del Oficio divino, recitada a la hora sexta (mediodía).
-
Nonas era la cuarta de las Horas
Menores del Oficio divino, recitada a la hora novena (3 p.m.).
-
Vísperas era el servicio de la tarde
del oficio divino recitado antes del anochecer (16:00-17:00).
-
Completas era el último de los
servicios del día del oficio divino, recitado antes de que las monjas se
retiraran a sus respectivas celdas (18:00).
Las monjas tenían que dejar el trabajo que estaban
realizando para asistir a los servicios diarios[2].
La ropa de las monjas
en la Edad Media
El color de los
hábitos y el nombre que recibían dependían de la orden a la que pertenecieran.
Las primeras monjas benedictinas llevaban hábitos blancos o grises. Sin
embargo, el paso del tiempo convirtió al negro en el color predominante de los
ropajes. Otras monjas medievales adheridas a otras órdenes más estrictas que la
benedictina llevaban simples ropajes de lana para proclamar su pobreza. Estos
ropajes solían ser de color marrón o blanco grisáceo.
Cada monja tenía dos
hábitos, dos tocas y dos velos, un escapulario, un par de zapatos y unas
medias. El hábito adicional permitía el cambio en caso de lavado del otro. Las
prendas que solían formar el uniforme de las monjas era:
-
El hábito atado a la cintura mediante
un cinturón de tela o cuero.
-
La escápula, iba encima de la túnica.
La escápula era una pieza larga de lana que se colocaba sobre los hombros,
tenía una apertura para la cabeza. La parte frontal de la escápula iba fijada
con un trozo de tela rectangular.
-
La toca y el velo que iban unidos a la
escápula.
-
Los cilicios, algunas monjas extremas
se impusieron el sufrimiento mediante cilicios colocados bajo sus hábitos.
-
Algunas monjas también llevaban una
cadena con una cruz al cuello.
Al entrar en el convento, las monjas solían raparse la
cabeza y después la ocultaban con la toca o el velo[3].
Bibliografía
Wade Labarge, M. (1986): La
mujer en la Edad Media, Madrid
Recursos electrónicos
http://www.middle-ages.org.uk/daily-life-nun-middle-ages.htm
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