domingo, 22 de febrero de 2015

TODA LA VERDAD SOBRE EL 23F

Las instituciones franquistas se enfrentaban a finales de los años 70 a una oposición, cuya presencia se hacía cada vez más manifiesta, el aumento de la conflictividad social y laboral, las expectativas abiertas en los países occidentales y la convicción del rey Juan Carlos I sobre la necesidad de reformar en mayor o menor grado el sistema. Los sectores que se opusieron de modo más significativo a los cambios pueden clasificarse en tres grandes grupos, un primero muy ideologizado perteneciente al sector más radical de
la clase política franquista con unas características generacionales propias y que veía cómo el fin del sistema sería su propio fin, por lo que su supervivencia en los cargos dependía, en buena medida, de la del propio régimen. Este grupo, el conocido bunker, incluía a personajes como José Antonio Girón de Velasco, Juan García Carrés, etc. Un segundo grupo, directamente ligado al anterior, que comprendía a un pequeño pero poderoso sector financiero y empresarial que consideraba que su fortuna y privilegios eran consecuencia directa del franquismo. Por último, un sector de las Fuerzas Armadas muy radicalizado que, además de mantener una exagerada preocupación por el orden público y la unidad territorial, consideraba a aquéllas portadoras del espíritu del 18 de julio y cimiento y pilar del régimen franquista, defensoras por tanto de sus principales valores: nacionalcatolicismo, conservadurismo y corporativismo. A ellos puede añadirse el sector más retrógrado de la Iglesia Católica, con poca capacidad movilizadora pero todavía considerable influencia social, así como a otros pequeños grupos presentes en distintos cuerpos de la Administración y a un nutrido puñado de periodistas.

 La articulación de un discurso nostálgico del franquismo a través de toda una red de asociaciones y medios de comunicación que, dando forma a una difusa gama de intereses y códigos culturales compartidos, abogó por la ejecución de un golpe de Estado, terminó de favorecer la opción insurrecta. Llegado este punto, sólo quedaba la organización efectiva del mismo. En el 23-F la movilización golpista se concretó a través de contactos entre militares cercanos al entramado civil de la extrema derecha que, tal y como ha quedado señalado, desarrolló su principal acción en los medios de comunicación.

La organización del golpe
Desde la aprobación de la Constitución en 1978, la escalada terrorista de uno y otro signo, el deterioro económico, la presión militar, la legalización del PCE, el clima electoral constante y la crisis de UCD ensombrecían el panorama político y económico.



En la percepción de la extrema derecha el Estado de las cosas se agudizaba notablemente: sus fracasos electorales, la campaña de ETA, la llegada de la izquierda a los ayuntamientos de las principales ciudades en abril de 1979, la tramitación de los estatutos de autonomía para el País Vasco y Cataluña y su aprobación en referéndum, las primeras elecciones autonómicas en estas Comunidades en marzo de 1980 y la victoria de partidos nacionalistas componían, para la extrema derecha, la confirmación de sus temores.

En realidad, la crisis sobrepasaba tanto al propio Gobierno como a la oposición, cuyas disputas internas, especialmente graves en UCD pero no menores en el PSOE, contribuían a conformar un paisaje de inestabilidad e incertidumbre. Llegado el año 1980 desde determinados sectores políticos y medios periodísticos surge, al igual que en la extrema derecha pero con intención notablemente distinta, la demanda de actuación para superar la crisis y salvar al propio sistema.

A lo largo del año aparecieron en toda la prensa, incluido El País, editoriales que sugerían la posibilidad, cuando no necesidad, de un gobierno de concentración presidido por un independiente o por un militar. Entre estos últimos destacó el general Armada, quien llevó a cabo una considerable actividad en distintos medios políticos, empresariales, periodísticos y, por supuesto, militares de todo signo. Para el grueso de la élite política era bien visto por su cercanía a la Monarquía e, igualmente, en la extrema derecha se consideraba adecuado.



La estrategia puesta en marcha por Armada le llevó en noviembre de 1980, a encontrarse con Milans. Los objetivos de Armada al visitar a Milans eran los de obtener información sobre el nivel de desarrollo de la operación de éste y controlarla haciéndole saber que contaba, según él, con apoyo regio para la suya. En su ambición por resolver la partida necesitaba vigilar al resto de jugadores, especialmente si podían echar abajo su plan o, por el contrario, colaborar con él. Los contactos con Milans, para tener bajo control el golpe en marcha, y con el CESID —a través del comandante José Luis Cortina—, para promover su acción, se inscribían en este momento. También necesitaba convencer al Rey quien, en último término, tenía la llave del juego. Sus contactos, medias verdades e insinuaciones, utilizadas con unos y otros, le permitían llevar adelante sus planes haciendo creer a cada cual que contaba con el apoyo del resto.

En diciembre se entrevista con numerosas personas, entre ellas el Rey, con quien cena, de nuevo, el 3 de enero de 1981, en Baqueira. Es posible que Armada solicitara su traslado a Madrid, ya que iba a quedar vacante el puesto de segundo jefe del Estado Mayor del Ejército, y sugiriera la solución política encabezada por él mismo al contar, según su versión, con la aquiescencia de los partidos. El único obstáculo lo constituía la necesaria dimisión de Suárez. El 10 de enero vuelve a encontrarse con Milans, cuyo plan avanza a toda velocidad, y le convence para que lo frene. A pesar de ello, el día 18 se reúnen en Madrid los principales implicados en el golpe de Milans para concretar sus planes, unos días más tarde, el 29, Suárez dimite: decisión en la que pesó, sin duda, la crisis de UCD, pero también, como es natural, la presión que las distintas intrigas militares y civiles ejercían contra su persona. Es el momento crítico tanto para el plan constitucional de Armada como para la conspiración golpista de Milans.



 Es un instante clave para las aspiraciones del general y su actividad se acelera. El día 3 de febrero el Rey le confirma su traslado a Madrid. Al siguiente se entrevista con el ministro de Defensa Rodríguez Sahagún. Los días 6 y 7 volvió a hablar con el Rey. Todo iba sobre ruedas: Suárez había dimitido, él volvía a Madrid y el Rey, con quien mantiene permanente contacto, debía designar al candidato que votará el Congreso. Sin embargo, para sorpresa suya, el Rey nombrará el día 10 de febrero, echando por tierra su plan, a Leopoldo Calvo-Sotelo. La radical negativa de Suárez y de Gutiérrez Mellado, que se oponen frontalmente a la elección de Armada, ya que hacía tiempo que desconfiaban de sus manejos, así como la oposición de los partidos políticos, que habían descartado esta vía, convencen al Monarca de lo inadecuado de esta opción. Armada, después de discutir con Gutiérrez Mellado, se incorporará como segundo jefe de Estado Mayor del Ejército el día 12, desechándose también la posibilidad de convertirse en el próximo ministro de Defensa. La única carta que le queda es la de aprovechar el golpe de Milans para, esta vez sí, «reconducir» la situación. Es a partir de este momento cuando, llevando la iniciativa pero de forma discreta, acelera la operación: sólo una acción militar inesperada podría volverle a colocar como candidato. Para ello debía actuar antes del nombramiento de Calvo Sotelo: sus contactos en el CESID empujan, en la confianza de participar en un «golpe legal», para que el golpe tuviera lugar durante la ceremonia de investidura. De esta manera, Armada se incorporaba al golpe de Milans, o, mejor dicho, incorporaba el golpe de Milans al que desde ahora, en la sombra, hace suyo. De hecho, la mayoría de los implicados desconocían cómo habían discurrido los contactos, teñidos de vaguedades, medias verdades y sobreentendidos, entre ambos generales.



El golpe, en el que primó la precipitación, tendrá grandes lagunas en cuanto al seguimiento y la organización. El plan de última hora constaba de los siguientes pasos: el secuestro del Parlamento y del Gobierno, la presencia de tropas en las calles de Madrid y Valencia y el nombramiento de Armada como jefe del Gobierno, con Milans al frente de las Fuerzas Armadas. La maniobra de Tejero era propia de un golpe de Estado moderno mientras que la de Milans del Bosch tenía las características de un pronunciamiento clásico. A la suma de estas dos estrategias, poco definidas en sus objetivos, se unían ciertas cuestiones sin aclarar, confusas interpretaciones del papel de cada uno y una falta clara de objetivos: los participantes no sabían si el Rey estaba de su parte si contarían con el apoyo de otros compañeros, qué debían hacer una vez puesto en marcha el plan ni qué objetivo último se pretendía. De esta forma, Tejero ocupó el Congreso y Milans, tras hacer público un manifiesto, sacó los tanques a la calle.



Sin embargo, Armada falló en su pretensión de trasladarse al palacio de La Zarzuela para, desde allí, junto al Rey, controlar la situación. Sabino Fernández Campo, quien había sustituido a Armada al frente de la Secretaría de la Casa del Rey en 1977, no autorizó el desplazamiento y, tan pronto como algunos militares comenzaron a manejar su nombre, sospechó de su participación en el golpe. Este hecho impidió que la división acorazada Brúñete ocupase Madrid. Después de este primer traspié, Armada llama a Milans desde su destino en el Estado Mayor y comunica a los testigos de su conversación que éste le ha propuesto la formación de un Gobierno de salvación nacional. Vuelve a llamar a La Zarzuela y explica la propuesta a Fernández Campo, quien le prohíbe la utilización del nombre del Rey: en caso de hacerla efectiva será a título propio. En torno a la medianoche Armada se presenta en el Congreso, da la contraseña a Tejero y discute con él la propuesta que piensa hacer a los Diputados. Tejero, asombrado por los nombres propuestos, políticos de todo el arco parlamentario incluidos socialistas y comunistas, impide la entrada de Armada. Tras varias horas de consultas cruzadas con los capitanes generales, el Rey apareció en televisión, pasada la una de la madrugada, dejando claro que no estaba del lado de los sublevados. A partir de este momento, el golpe se desmoronó.



Por lo demás, el 23-F no sólo no tuvo seguimiento entre los componentes de las Fuerzas Armadas, que esperaron prudente o impacientemente, dependiendo de los casos, a comprobar el desarrollo de los acontecimientos y el posicionamiento del Rey, sino que en la esfera social tampoco se hizo notar. En pocas horas, tras la entrada de Tejero en el Congreso, retransmitida en directo por radio, las calles quedaron vacías y la actividad se concentró en aquellos medios de comunicación que no se vieron afectados de forma directa, especialmente la prensa y la radio. Ante el vacío de poder se constituyó un Gobierno en funciones formado por los subsecretarios y secretarios de Estado, ocupando Francisco Laína, a la sazón director general de la Seguridad del Estado, la presidencia de ese organismo provisional. Sus labores consistieron en controlar el orden público y en establecer contacto con los líderes de los partidos que no habían sido secuestrados, insistiendo en la necesidad de evitar movilizaciones.

 El juicio a los golpistas sería, sin duda, uno de los espectáculos más bochornosos de todo el período de cambio. Celebrado entre febrero y junio de 1982, contribuyó a hacer explícito el enrarecido clima militar. Dada su repercusión política se resolvió con la mayor urgencia posible, ajustándose a las ideas preconcebidas que sobre el golpe circulaban.

La derrota de los golpistas contribuiría a consolidar el sistema democrático aunque al precio de realizar un giro conservador aceptado por todos los partidos. El camino que la extrema derecha emprendiera al avanzar el proceso de transición hizo imposible el regreso a una, siempre desechada, vía electoral. Pese a todo, Tejero se presentaría a las elecciones generales de octubre de 1982, al frente de Solidaridad Española, bajo un lema que hablaba por sí mismo: «¡Entra con Tejero en el Parlamento!»

Bibliografía
BARBERÍA, J. L. (1991): El enigma del Elefante. La Conspiración del 23F, Madrid.

DE ANDRÉS, J. (2005): ¡Quieto todo el mundo! El 23 F y la Transición española”. En Historia Política, 5,  pp.55-88
Manuel Jesús Rodríguez Mora

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