A
pesar de considerar tradicionalmente la época medieval como un momento de crisis
es durante Plena Edad Media cuando se pone de manifiesto un importante
renacimiento agrario, mercantil y urbano, por lo que se manifiesta con fuerza una
importante revolución comercial y se definen nuevas áreas comerciales, se abren
más mercados y ferias y se ponen en circulación nuevas y más potentes monedas
suponiendo con ello un crecimiento de las ciudades[1].
La
comercialización de productos era la razón de ser de la ciudad medieval, esta actividad
tenía lugar en una ubicación distinta según el
tipo de ciudad. En las ciudades
de crecimiento orgánico el mercado ocupaba una plaza destinada a este único
fin, situada normalmente en el centro urbano o en sus inmediaciones y poseían
un carácter netamente comercial, donde los vendedores exponían sus productos
más cómodamente[2].
En las ciudades planeadas el mercado se sitúan en el ensanchamiento de la calle
principal rodeado por calles en sus cuatro lados. En la Europa continental era
usual que los edificios que rodeaban la plaza tuvieran la misma altura y
estuvieran unidos en la planta baja mediante soportales, bajo los cuales las
calles se prolongaban frecuentemente a lo largo de la plaza. Es característico
que la mayoría de las plazas tuvieran mercados cubiertos, a veces en dos plantas.
Las
labores comerciales y artesanales desarrolladas en las calles determinaban, en
gran medida, el paisaje urbano de la época y hacían de dichas vías un mercado
permanente. Las tiendas y talleres adquirieron hacia la calle una disposición
particular rodeadas de largos bancos de piedra o de madera, mostradores de uso
comercial donde se exponían los productos para su venta. El sistema, extendido
por toda Europa occidental, presentaba la ventaja de facilitar la compra al
cliente, pero llevaba aparejados problemas como podían ser el robo fácil y la
obstaculización del tránsito viario. Ciertas profesiones llegaron incluso a colocar
en plena vía pública sus materias primas como los útiles, banquetas, perchas
para secar paños, pieles, etc. y realizaban allí diversas operaciones.
A esto
habría que añadir la presencia de tenderetes y puestos ambulantes que cada día,
y especialmente en los de mercado eran colocados en las principales calles de
la ciudad por un nutrido grupo de campesinos y pequeños comerciantes que,
eventualmente, iban a vender los productos por ellos mismos elaborados. Vendedores
que llevaban su carga sobre los animales o sus hombros, y vendían en pequeños
caballetes de tabla o en el suelo que cada día surtían a la ciudad de legumbres,
leche, hierbas medicinales o pescado.
Es
lógico pensar que todo este mundo colorido, abigarrado y carente de una
reglamentación bien definida provocara multitud de problemas circulatorios en
las calles más importante y concurridas de las ciudad y obligará a la justicia
municipal a intervenir en reiteradas ocasiones para tratar de conservar el buen
estado de los pavimentos y la calzada y la libre circulación de hombres,
animales y carros por el casco urbano[3].
Los
mercados eran reuniones semanales, quincenales en algunas ocasiones, que se
limitaban a un día, o incluso medio. Por lo tanto, las reuniones semanales
estaban volcadas a satisfacer el comercio intrarregional o interior destinados
a los artículos de primera necesidad, sobre todo alimentos y productos de
artesanía elaborados por los campesinos. Pero ello no impide que aparecieran
otro tipo de mercaderías como los denominados productos de lujo como eran los
productos extranjeros o los escabeches, pescados frescos y ultramarinos. Además
de ello, también se daba el comercio ganadero en una triple vertiente: equino,
caprino y porcino[4].Estos
productos eran trasladados desde la distancia, a menudo a través del agua, para
abastecer a los mercados rurales y urbanos. Todos los grandes propietarios de
tierra estaban presentes en los mercados urbanos.
Como
ya hemos comentado, los mercados semanales estaban destinados a las necesidades
locales, ya que con la falta de un mercado estable, de lunes a domingo, las
ciudades no se abastecían de frutas, caza, aves, verduras, huevos e incluso de algunos
productos manufacturados. Esta presencia del mercado está bien documentada en
las ciudades de italianas, las cuales se abastecían diariamente de bienes como
pescado, carne, etc. Sin embargo, la demanda del mercado urbano no solo estaba
dedicada a los productos alimenticios, sino también a la demanda de productos
para la industria, tales como colorantes[5].
En
las transferencias de bienes en el mercado el instrumento de cambio era la
moneda, la más utilizada era la de vellón, que era la moneda de los intercambios
cotidianos como pan, vino, leche, etc. y la moneda de plata era la utilizada
por los mercaderes y para las transacciones en el mercado.[6]
El
mercado era un lugar muy vigilado, por lo que existía un oficial o inspector
del mercado, que recibía el nombre de almotacen, el cual se encargaba de la
política de pesos y medidas del mercado y por el cargo que ocupaba se le
reconocían ciertos derechos.
Una
de las máximas del mercado medieval era la prohibición de la reventa. Gran
cantidad de preceptos, en reglamentos y ordenanzas, proclaman la perseverante
preocupación de las autoridades para que el abastecimiento de todas las
mercancías precisas, y sobre todo de las subsistencias, llegaran siempre a los
vecinos y moradores directamente de los productores, o de los encargados de la
venta designados por el consejo, y así eliminan a intermediarios particulares.
El
deber del comerciante en las ciudades medievales radicaba en la obligación de
proveer a los habitantes sujetándose en los principios normativos. De esta
política surgió una de las instituciones mercantiles más conocida, que obligaba
a los mercaderes transeúntes a detenerse en la ciudad durante cierto tiempo y a
que, sólo al expirar el plazo indispensable para el aprovisionamiento, pudieran
retirar las mercancías no vendidas. El mismo principio obligaba a los
vendedores locales a no cerrar sus tiendas mientras tuviese mercancía en venta
y fueran demandadas. Para lograr el fiel cumplimiento de los preceptos
referentes a la prohibición de la reventa y a la demanda del precio justo, el
almotacen percibía caza en los frecuentes casos de infracción.
Tuvo
también a su cargo la corrección de todas las faltas cometidas en la venta de
mercancía mezclada y adulterada, así como en la manipulación del peso de los
productos. Por último, el almotacén se encargaba de que se cumplieran las
normas de higiene y el aseo urbano en el mercado.
Aparte
de estas manifestaciones del gran comercio y de los tenderos ligados a aquel, existía
un comercio ambulante de menor escala, ejercitado por los llamados regateros o
regatones que negociaban al menudeo. Se trataba de gente que compraba a
productores o almacenistas su mercancía una vez abastecida la ciudad, después
de las obras de mercado, a más bajo precio que el ordinario, con intención de
venderla a los consumidores, especialmente a quienes no pudieron acudir al
mercado[7].
En
conclusión, los mercados han ido evolucionando a lo largo de la historia, desde
simples mercadillos hasta grandes mercados, que incluso algunos llegaron a formar
ferias anuales, que se celebraban en las grandes e importantes ciudades. Estos
mercados constituían una red comercial, que desembocaba en las ciudades y en
las zonas rurales, para el abastecimiento de los ciudadanos. Fue un lugar muy
cosmopolita, donde se reunían una gran cantidad de comerciantes y mercaderes de
diversas regiones para intercambiar productos. Por ello el mercado fue un lugar
muy importante en la vida de la Edad Media.
Bibliografía:
CHERUBINI, G. (1994): “Il mercato nell’Italia medievale”.
Anales de la Universidad de Alicante. Historia Medieval, 10, pp. 35-46.
CÓRDOBA
DE LA LLAVE, R. (1994): “Las calles de Córdoba en el siglo XV; Condiciones de
higiene”. Anales de la Universidad de
Alicante. Historia Medieval, 10, pp. 125-168.
COVARRUBIAS,
I (2004): La Economía Medieval y la emergencia del capitalismo.
MEDIANERO
HERNÁNDEZ, J. Mª (2004): Historia de las formas urbanas medievales,
Sevilla, Universidad de Sevilla.
PÉREZ
ÁLVAREZ, Mª J. (1998): Ferias y mercados en la provincia de León durante la
Edad Moderna, León.
Recursos
electrónicos
es.wikipedia.org
[1] COVARRUBIAS, I (2004): La Economía Medieval y la emergencia
del capitalismo, pp. 36.
[2] MEDIANERO HERNÁNDEZ, J. Mª (2004): Historia de las formas
urbanas medievales, Sevilla, pp. 74.
[3] CÓRDOBA DE LA LLAVE, R. (1994): “Las calles de Córdoba en el
siglo XV: condiciones de circulación de higiene”. Anales de la universidad
de Alicante. Historia medieval, 10, pp. 125-168.
[4] PÉREZ ÁLVAREZ, Mª J. (1998): Ferias y mercados en la provincia
de León durante la Edad Moderna, León, pp. 28-40.
[5] CHERUBINI, G. (1994): “Il mercato nell’Italia medievale”. Anales
de la Universidad de Alicante. Historia Medieval, 10, pp. 35-46.
[6] COVARRUBIAS, I (2004): La Economía Medieval…, pp. 75.
[7] CARANDE, R. (1982): Sevilla, fortaleza y mercado. Las tierras,
las gentes y la administración de la ciudad en el siglo XIV, Sevilla,
Diputación provincial de Sevilla, pp. 119-125.
Noemí Raposo Gutiérrez
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